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Durante los primeros años del desarrollo del pádel solo existía un tipo de pista, la de paredes de muro. Eran pistas con tamaños variables (aunque parezca increíble el largo i/o el ancho de una pista podía diferir en hasta 20 cm ya que el reglamento permitía una variación en las medidas del 5 %). La normativa tampoco regulaba el ancho de los picos (o cantos en algunas zonas geográficas). Así podías encontrar pistas con picos de 1,2 o 3 cm o de 40 cm; incluso los 4 picos de una pista eran la mayoría de veces diferentes en tamaño, lo cual visto con la perspectiva actual parece una aberración. Las mallas laterales eran blandas y se mantenían en su sitio gracias a unos tensores que cedían irremisiblemente con el paso del tiempo, a medida que los jugadores se apoyaban, o se tiraban contra ellas. Hasta las paredes laterales, más largas en aquella época, podían tener longitudes diferentes de una pista a otra.
Eran otros tiempos y no solo la reglamentación era más laxa, también lo era el respeto por la misma y además tampoco había demasiadas opciones para escoger. O jugabas en pistas variopintas o no jugabas. Por mucho que la pista fuera o no reglamentaria.
Llegaron los años 90 y lentamente, muy lentamente, se fueron imponiendo las pistas de cristal. La hegemonía se alcanzó varios años después de su presentación y coincidió con el abaratamiento del precio. Una vez fueron más económicas que las de obra, éstas últimas prácticamente pasaron a mejor vida y dejaron de construirse. Hoy en día solo se mantienen en funcionamiento aquéllas que en su día fueron pioneras del pádel y por eso lo hacen con tanto orgullo.
La pista de cristal se construye con piezas prefabricadas, no hay opción a que la mano del “artista” convierta cada pista en una “obra de arte” única en su especie. Todas las medidas son siempre las mismas y si una pieza se rompe o deteriora se substituye sin necesidad de realizar complicados remiendos. Incluso, y no es un tema menor, se pueden transportar fácilmente y montar y desmontar para acontecimientos puntuales. Con los años además, se ha conseguido reducir el armazón que sostiene los cristales, mejorando todavía más la visibilidad.
Evidentemente las pistas de cristal tienen muchas ventajas. Empezando por el coste, la posibilidad de ofrecer una visibilidad muy superior a la de una pista de obra (lo cual ha permitido celebrar grandes acontecimientos imposibles con pista de muro), el hecho de poder instalar y desinstalar en un breve espacio de tiempo, y un impacto visual en el entorno mucho menor a su antecesora.
Pero yo prefiero jugar en pista de muro. Quizás soy un romántico, o quedé anclado en el pasado, pero el muro tiene grandes ventajas frente al cristal. La más importante es la resistencia a la lluvia o la humedad, factores climatológicos que reducen drásticamente la posibilidad de disfrutar jugando en cristal. Pero no solo eso, el rebote de la pelota es más noble y fácil al agarrarse la pelota en vez de resbalar. Por no hablar de los reflejos en pistas indoor, tan molestos en pistas de cristal, o la referencia clara que te aporta el hecho de tener bien definida en tu retina los límites del terreno de juego. O ese sonido al rebotar la pelota, el sonido con el que me crié padelísticamente. Ese sonido…
El ritmo de los acontecimientos no juega en mi favor, pero creo que en ciertas situaciones las pistas de muro todavía podrían tener mucho recorrido. Batalla perdida supongo.